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2011


La realidad política argentina tiene su norte bien definido, las elecciones presidenciales del 2011. Es la tierra prometida, a la que todos quieren llegar como Moisés, pero con sus propios mandamientos. Los últimos años de nuestra historia, nos acostumbraron a que la elección de los candidatos dejara de ser la decisión de los miembros de un partido, para asemejarse más al mercado de pases de los equipos de fútbol. Donde, los posibles candidatos cambian de ideales sin ataques de conciencia o limites de tiempo. Por ende, ni el archivo les hace efecto. A su vez, otros son ciclotímicos, ya que alguno un día salen anunciando que no se va a postular, pero dos meses después anuncia que es el candidato de la oposición, aunque dos años atrás era funcionario del oficialismo. O sino están los que dijeron haber llegado al final de su carrera política, pero luego de  más de 5 años quien se acuerda? Así que otra vez al ruedo. Ni hablar de los que buscan ser candidatos, aunque la Constitución se lo niegue, pensando que su billetera todo lo puede.

La legitimidad de los candidatos para presentarse no se basa en una visión de país o una formación partidaria, sino en ver quien mide más en la opinión popular. Y por ende, sus respectivas cartas de presentación se basan en ser el hijo de, o tener una cuenta bancaria con tantos ceros como estrellas en el cielo. Lamentablemente, son pocos los que buscan debatir sobre un proyecto de país. La mayoría prefieren discutir nombres y lugares, al igual que las vedets que se pelean para ver que nombre figura primero en la marquesina de los teatros. Por ende reina el circo, pero estos payasos no son divertidos. Ojo, que de este circo no somos ni espectadores, ni victimas, por el contrario somos tan responsables como los propios artistas.

Por eso, espero que alguna vez, como sociedad nos demos cuenta de la clase de políticos que estamos gestando. Y no creo en la frase: “tenemos los políticos que nos merecemos”, porque creo que tenemos la clase política que permitimos que salgan, lo cual es peor.

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